No se murió una Gilda, un Rodrigo, un Olmedo, un Sandro. Se murió un icono popular distinto. Ídolo para muchos. Demagogo para otros.
No soy K, pero mucho menos soy anti K.
Mi generación nació en democracia, dicen. Pero una democracia que fue tapada con leyes, con promesas, con represión.
Nací con Alfonsín, tomé conciencia con Menem, maduré con De La Rúa, y volví a nacer con Néstor.
Porque hasta ese entonces, para mi el mundo era otro. EE.UU. era nuestro dueño, los militares tenían perdón, y siempre se hablaba de una deuda que nunca terminábamos de pagar. Sin olvidarnos de las caras de los 90, del Riachuelo limpio en 1000 días, de la pista de Anillaco. Una fiesta constante. El uno a uno. El sueño de viajar a Disney cumplido. La fiesta de quince de mis amigas. El sueño. El cuento. El chamuyo argentino. Así nos conocían afuera, no?
No voy a negar que lloré, y cuánto, el miércoles cuando prendí la tele y todos los titulares decían lo mismo.
Lloré porque el primer político en el que creí ya no estaba más. Lloré como si fuera mi mejor amigo, y ni lo conocía. Lloré porque fue quien me hizo, por primera vez, inflar el pecho por mi país. Por mi himno. “Libertad… libertad… libertad”.
Fue el primero que no olvidó, y mucho menos, perdonó a esos otros que disfrutaron tantos años la impunidad de las leyes de la “democracia”.
Hoy creo en la política. Y claro, hoy no creo tanto en los periodistas. Iconos de mi adolescencia como Lanata, hoy me dice que me olvide de los 70. Qué pasó? Cómo cambiamos tanto. Iconos como Carrió, defensora del pueblo, Qué pasó? Cómo cambiamos tanto?
Iconos como Pino, Santo, en fin. Era fácil ser opositor en los 90, pero cómo te mantenés después? Yendo a lo de Grondona? No creo.
Le doy las gracias a estos dos gobiernos por muchas cosas. Volver a creer, sobre todo. Animarme a pensar. A leer entre líneas. Animarme a debatir. Porque, ¡¡qué lindo es debatir!!
“Oh Juremos con gloria morir”. Por obligarme a pensar, y por hacerme volver a creer. Se agradece.
Mi generación nació en democracia, dicen. Pero una democracia que fue tapada con leyes, con promesas, con represión.
Nací con Alfonsín, tomé conciencia con Menem, maduré con De La Rúa, y volví a nacer con Néstor.
Porque hasta ese entonces, para mi el mundo era otro. EE.UU. era nuestro dueño, los militares tenían perdón, y siempre se hablaba de una deuda que nunca terminábamos de pagar. Sin olvidarnos de las caras de los 90, del Riachuelo limpio en 1000 días, de la pista de Anillaco. Una fiesta constante. El uno a uno. El sueño de viajar a Disney cumplido. La fiesta de quince de mis amigas. El sueño. El cuento. El chamuyo argentino. Así nos conocían afuera, no?
No voy a negar que lloré, y cuánto, el miércoles cuando prendí la tele y todos los titulares decían lo mismo.
Lloré porque el primer político en el que creí ya no estaba más. Lloré como si fuera mi mejor amigo, y ni lo conocía. Lloré porque fue quien me hizo, por primera vez, inflar el pecho por mi país. Por mi himno. “Libertad… libertad… libertad”.
Fue el primero que no olvidó, y mucho menos, perdonó a esos otros que disfrutaron tantos años la impunidad de las leyes de la “democracia”.
Hoy creo en la política. Y claro, hoy no creo tanto en los periodistas. Iconos de mi adolescencia como Lanata, hoy me dice que me olvide de los 70. Qué pasó? Cómo cambiamos tanto. Iconos como Carrió, defensora del pueblo, Qué pasó? Cómo cambiamos tanto?
Iconos como Pino, Santo, en fin. Era fácil ser opositor en los 90, pero cómo te mantenés después? Yendo a lo de Grondona? No creo.
Le doy las gracias a estos dos gobiernos por muchas cosas. Volver a creer, sobre todo. Animarme a pensar. A leer entre líneas. Animarme a debatir. Porque, ¡¡qué lindo es debatir!!
“Oh Juremos con gloria morir”. Por obligarme a pensar, y por hacerme volver a creer. Se agradece.